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37 Antíoco se llenó de tristeza, y lloró con dolor al recordar la prudencia y sabiduría de Onías. 38 Entonces, lleno de rabia, le quitó a Andrónico su manto real y le rompió sus vestidos. Luego ordenó que lo llevaran por toda la ciudad hasta el lugar donde había asesinado sin piedad a Onías, y allí mismo ordenó que lo mataran. Fue así como Dios le dio a Andrónico el castigo que se merecía.

Menelao, un malvado sin castigo

39 Lisímaco se robó muchos objetos del templo de Jerusalén, con el permiso de Menelao. Cuando la gente se enteró, ya eran muchos los objetos de oro que Lisímaco se había robado. Por eso el pueblo se enojó y se rebeló contra Lisímaco.

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